Amanecer al lado de una playa preciosa, ir en pijama a bañarse y lavarse la cabeza en las duchas de la playa, desayunar con pan tierno y pasar el día en una cala durmiendo cuando nos lo pide el cuerpo, leyendo o bañándonos a placer, ¿Que mas se puede pedir? En el vermú cae la botella de Martini añejo en una sentada, mientras, los mecánicos del mar intentan sin éxito arreglar el motor de la zodiac, a Maite le entra una euforia que se erige en trabajadora de superficie , nos baldea el barco que lo deja como el oro.
Mientras algunas hacen la siesta, otros nos vamos a Fokyanos a remo y nos tomamos un frappé delicioso a la orilla de una playa de piedras blancas redondeadas con formas casi perfectas.
Paseo relajante por la playa recogiendo piedras y cena en Casa Costa, ¡Qué sitio más precioso!
Parece costumbre del lugar que se inviten otros comensales a la mesa de uno, y a nosotras nos elige una bandada de mosquitos que a pesar del embadurnamiento de vinagre, nos tienen que oler desde Atenas, nos acribillan a placer; a Maite por si con los mosquitos no bastaba, le salta un escarabajo gigante a la cabeza y lanza un alarido que ni en las películas de Hitchcock.
La noche se presenta con un cielo estrellado espectacular y se me ocurre dormir al raso; no he podido elegir peor noche. Se desata un viento endemoniado y empieza a golpear la driza de la vela mayor en el mástil con un golpeteo rítmico y continuo como si fuera un martillo, desesperante; imposible dormir ni con dos pares de tapones, ni con nada; encima hay que agarrar las sabanas para que no se vuelen y el viento tiene tanta fuerza que corremos serio peligro de aparecer en Casa Costa en parapente.
Más vale que el cielo está precioso y entre cabreo y cabreo me pongo las gafas y hala, a mirar las estrellas y a intentar relajarme que ya dormiré mañana.
Mientras algunas hacen la siesta, otros nos vamos a Fokyanos a remo y nos tomamos un frappé delicioso a la orilla de una playa de piedras blancas redondeadas con formas casi perfectas.
Paseo relajante por la playa recogiendo piedras y cena en Casa Costa, ¡Qué sitio más precioso!
Parece costumbre del lugar que se inviten otros comensales a la mesa de uno, y a nosotras nos elige una bandada de mosquitos que a pesar del embadurnamiento de vinagre, nos tienen que oler desde Atenas, nos acribillan a placer; a Maite por si con los mosquitos no bastaba, le salta un escarabajo gigante a la cabeza y lanza un alarido que ni en las películas de Hitchcock.
La noche se presenta con un cielo estrellado espectacular y se me ocurre dormir al raso; no he podido elegir peor noche. Se desata un viento endemoniado y empieza a golpear la driza de la vela mayor en el mástil con un golpeteo rítmico y continuo como si fuera un martillo, desesperante; imposible dormir ni con dos pares de tapones, ni con nada; encima hay que agarrar las sabanas para que no se vuelen y el viento tiene tanta fuerza que corremos serio peligro de aparecer en Casa Costa en parapente.
Más vale que el cielo está precioso y entre cabreo y cabreo me pongo las gafas y hala, a mirar las estrellas y a intentar relajarme que ya dormiré mañana.
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